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El 17 del 8 a las 11:00, 5 turcos partimos nerviosos a la conquista de Oriente, con ilusiones facturadas y hojas de pasaporte vacías, 11 horas después pasamos de ser 5 para convertirnos en 6 y el mal rollo de la rutina diaria murió deshidratado por el calor y la buena compañía. Ni los monarcas tendrían mejor recibimiento que nuestro trajeado anfitrión, wellcome to Pekin queridos, nos quedaban 16 días para aprovechar cada movimiento de segundero.

Instalados en nuestra mansión pekinesa sucedieron 3 días de adaptación al medio, sin duda China is different, de primeras descubrimos que los “raros” allí somos nosotros, bien es cierto que viajar con una bestia rubia más larga que un día sin pan recaba todas las atenciones de los orientales vivientes, fuimos protagonistas de fotos robadas y centro de atención de muchas miradas achinadas, descubrimos que su idioma es del género imposible, y nos aprovechamos de la picaresca nacional aprovechando la falta de entendimiento. Chocamos de frente con sus curiosas y desagradables manías, con sus gentes diferentes que visten con ropas distintas en esas calles poco comunes plagadas de ruido, polución y tráfico. Sorteamos escupitajos y baños “impolutos”, rezamos en el Templo de los Lamas, saltamos con nuestro archiconocido jumping en el Templo de Confucio, nos mezclamos en los hutongs y regateamos a muerte en los mercados locales. Descubrimos los supermercados, el metro y las prisas. Bailamos en el templo del Cielo, recorrimos la inmensa plaza de Tiananmen y nos asombramos de la noche Pekinesa.

El tercer día iniciamos nuestro tour asiático y acompañados de nuestra inseparable y pesada mochila nos esperaban 10 días de viaje, 2 países, 5 ciudades, 2 trenes, 6 aviones, 1 avioneta y 7 aeropuertos, 4 hoteles, infinitos taxis, furgonetas, barcos, motos y hasta la escalera mecánica más larga del mundo.

Pinyao, sus casitas y su lluvia infernal, nuestros chubaskeros de colores, la muralla, los charcos y las cervezas, la china que nos imitaba, la ducha de pies comunal y las conversaciones eternas de lo que mejor sabemos hablar, llegó Yangshuo con su bichería y sus montañas de Songoku, el hostel que nos hacía sentir mochileros en una terraza con vistas, mojar los pies en el rio, pasear en moto, nuestro fotogénico amigo el cormorán, las tormentas nocturnas y la subida a los arrozales, que lejos hemos llegado!.

¿Y qué me dices del tiempo que pasamos esperando? Todas esas horas de aeropuertos y traslados compensados por ese microsegundo de felicidad que se produce cuando el individuo de la aduana posa su cuño sobre tu pasaporte, ese microinstante de sonrisa!

Y después fue Hong Kong con su bahía de rascacielos, su paseo de estrellas, tiendas caras y avenidas enormes, tranvías dobles, taxis de 6, look right and look left, chinas más guapas y chinos menos feos. Bienvenidos sean al NY de Asia. ¿Nuestros planes?, se cumplieron con sobresaliente hasta final de destino. Y sin ser novedoso, madrugamos, y ya era miércoles, añadimos tres nuevas adquisiciones al equipo conquistador, Janet, Henry y Javi, mochilas a la espalada cruzamos la bahía de HK en taxi rumbo al aeropuerto, como quien se escapa al fin del mundo. Preparados y listos volamos con vistas al infinito. Manila, aeropuerto, avioneta, furgoneta y barco y finalmente nos sentamos en nuestro Hotel Resort a beber cocos con pajita. Estábamos en las Islas Filipinas señores, y qué diferente se ve la lluvia en el paraíso.

Disfrutamos del mar del sur de la China con ese color verde-azul rotundo, hubo días de más nubes que sol pero también encontramos arena fina, nos bañamos en salitre con agua color cristal, vimos pececillos, estrellas de mar y medusas malditas. Nuestra chalupa venció al viento lo mejor que supo y las palmeras acompañaron siempre las espectaculares vistas. Buceamos, remamos y piscineamos con sol y lluvia, paseamos sin luz por Coron Bay. Llegamos. Vimos y un día que cayó en domingo, nos fuimos.


Nos quedamos sin lengua con algún que otro picor, comimos hasta hacernos casi expertos en el arte de los palillos, disfrutamos noches que se convirtieron en días y sufrimos por las borracheras que conllevan resacas y delirios, por las horas sin dormir, por las picaduras de la infinidad de Bichería, nos reímos muchísimo más de lo que nos enfadamos, conocimos a desconocidos y nos sorprendimos con los conocidos, nos sentimos grupo y nos prometimos más como éste. Mejorarlo es complicado. Sufrimos el complejo del imán pegado a nevera, sin duda Andrés es el señor nevera, y aunque suene mil veces redundante, sin él , todo este road trip asiático no sería ni road, ni trip, ni casi seguramente asiático.

Y volvimos a campo base, Pekin nos guardaba la ciudad prohibida, el parque de Beihai la torre de la campana y el tambor JIngshan y sus vistas, el distrito del arte, el pato pekinés la inmensa y abrumadora muralla, el estadio olímpico, el mercado de antigüedades, más copas a un euro, el restaurante ruso, masaje de pies, el palacio de verano y las compras interminables las pocas ganas de marcharse y el silencio bajando las maletas en el ascensor.

Eramos 6 y volvimos 5, con media China en la maleta, con muchos gigas de fotos, con mil anécdotas y tropemil risas, con muchos sellos en el pasaporte, con muchas horas de vuelo y muchos kilómetros que contar. Sinceramente les digo mis tres últimas palabras: BRUTAL, ESPECTACULAR Y SENSACIONAL!

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